17 de enero de 2013

BREAKING BAD. Devotos de Walter White


El profesor de química Walter White tiene los días contados. El diagnóstico parece inapelable. Su esposa, Skyler, está embarazada, su hijo es un adolescente con parálisis cerebral que le impide tener una vida normal. Según lo que le ha dicho el médico el servicio de salud que puntualmente paga no le alcanza para costearse un tratamiento digno. Las cosas en ese caluroso día en Albuquerque no pintan bien.

Además está el futuro, Sky sola con esos dos niños, desamparada. Alguna vez se albergaron tantas esperanzas sobre su carrera. Decían que era un químico brillante, hubo profesores que incluso se atrevieron a vaticinar una postulación al Nobel. Lamentablemente hay promesas que no cuajan. Ahora es un padre de familia apocado que tiene que ver como su hijo admira más a su cuñado Hank, un rudo agente de la DEA.
La tensión se le ve reflejada en el rostro. Se baja del auto, camina hasta la puerta, lo mejor es no decir nada, le han recomendado no trabajar tanto. Que contradicción. Ahora justo que ha conseguido una chamba extra en el lavadero de autos del rumano Bogdan. No puede excederse, el cáncer de pulmón es una cobra con la que no se juega. La casa está sola a esa hora del día. Se sienta en el mueble, respira, lo mejor es respirar cuando no encuentras salida. Lo mejor es hacer dinero como sea, grandes cantidades para asegurar la educación de sus dos hijos, la vejez de Skyler, “Un hombre provee” se repite una y otra vez “Un hombre provee”.

No importa si estás en Sudán o en Texas, si quieres hacer dinero rápido y abundante la única salida es infringir la ley. Él sabe de un ex alumno suyo, un tal Jesse Pinkman quien se ha retirado del colegio para dedicarse de lleno a vender en la calle metanfetamina, la droga del momento. Se contacta y Pinkman como nosotros no lo puede creer ¿Qué es lo que está pensando este nerd? ¿Qué disputarle a la calle a los traficantes de siempre es tan simple como resolver una ecuación? Walter está decidido, cocinará para él la mejor metanfetamina que se ha fabricado en ese pinche estado, no tiene nada que perder, los buitres ya se han posado sobre cada uno de sus hombros, en un mundo sin Dios da lo mismo morir en la cama al lado de una enfermera gorda que en la calle abaleado por el cartel del milenio.
Releo lo que acabo de escribir y me frustro. Nada de eso justifica la emoción que sentirás al empezar a ver esta serie asfixiante, claustrofóbica, adrenalítica….. Adictiva. Pronto llegará a su casa un amigo con los ojos saltones, las venas brotadas, a recomendar con la desesperación de un evangelista la visionada urgente de Breaking Bad. Es que no se puede hacer otra cosa más que señalarla con el índice y exclamar con asombro que es un milagro absoluto.

Ayer terminé la cuarta temporada y es de no creer. La tensión nunca se va, nunca. Al contrario, va en aumento y no para. Hay capítulos donde los ves de pie, con cuatro dedos en la boca. Dan ganas de volverla a ver desde el principio y constatar cómo han cambiado los personajes. Poco queda de ese gris y tímido profesor de química. Ahora Walter White es un hombre frío, calculador… es el temible y enigmático Heisenberg,  un fantasma que no pueden encontrar los investigadores de la DEA, encabezados por su cuñado Hank, quien por supuesto no tiene idea que el que cocina esa droga azul es Walt. El bueno del Walt, el nerdo del Walt.
No demorará el día en que llegue ante la puerta de ustedes un amigo flaco y pálido, sudando frío. Ustedes lo dejarán entrar, le pedirán que hable pero él tiene la emoción galopándole por la garganta. Le ofrecerán un vaso de agua, él lo beberá con ansia. Las primeras palabras serán gritos ¡Tienen que verlo! Exclamará, no lo duden, ¡les pondrá un poco de color a sus días grises!.
 El piloto seguramente no le hace justicia a la serie. Con ellas hay que esperar, tener paciencia. cuarenta y cinco minutos es muy poco. Tendrán que esperar hasta el final del segundo para que vean que tan crudamente real puede ser.

Acá matar tiene sus consecuencias no sólo de tipo moral sino las elementales, las físicas. Lo más difícil de matar es muchas veces deshacerse del cuerpo. Entre el segundo y el tercer capítulo de la primera temporada verán el rollo en el que se meten profesor y alumno. Hay una de las situaciones más incomodas y asquerosas que hayamos visto en pantalla alguna. Un cuerpo convertido en fluidos es una mancha muy difícil de sacar de tu piso de madera. A partir de allí Breaking Bad ya se encontrará cabalgando por sus venas y cada noche estarán allí, frente a Netflix, tratando de sacar un poquito más de emoción y haciéndole fuerza ya no a un padre de familia a punto de morir sino a un criminal que está dispuesto a llevarse todo aquel que se le ponga por delante.

Los puristas, los pocos que quedan, los que todavía desconfían de las series porque están muy ocupados aburriéndose con Antonioni y Bresson, tendrán pocos argumentos a la hora de hablar mal de una historia contada en 60 capítulos. Ya lo había dicho en el artículo dedicado a Mad Men, con las series te apropias del tiempo. Envejeces con los personajes, pasas años con ellos y ves cómo van cambiando. Inevitablemente se convierten en personas reales. Piensas en ellos, sufres con ellos y en algunos casos hasta podrías conversar con ellos. Todo es más real, más creíble. El escritor, o mejor los escritores no están sujetos a las limitaciones de tiempo. Esas ventajas, no siempre aprovechadas en la televisión, son las que Vice Gilligan ha utilizado para hacer de Breaking Bad uno de los mejores dramas realizados jamás para la pantalla cada vez menos chica.
La serie va contra todo tipo de convencionalismo. No sólo desde el punto de vista ético sino también visual. Ha creado una estética propia que ha llevado a varios artistas a pintar en cuadros que se han vendido muy bien los rostros atormentados de White y Pinkman. Esto no es un capricho de una pandilla de artistas locos, a nivel visual la serie es magistral. Recuerdo una escena de la cuarta temporada cuando Gustavo Fring está a punto de ajusticiar a Walter en medio del desierto. Es un plano general y vemos claramente como pasa una nube. La escena debe durar minuto y medio y se hizo en un solo plano. Era el plano de un western de Ford.

Además cuando Walt se transforma en Heisenberg, con su figura elegante, alta, delgada y su sombrero recordamos inmediatamente a William Burroughs apuñalando mendigos en las calles de París.
La sensación onírica que da ver la serie está reforzada además por la música. Ésta  ayuda a que Breaking Bad se viva como una alucinación. No sólo es blues o las mezclas electrónicas que hace ese nuevo genio de la banda sonora que es Dave Porter sino la música mexicana siempre latente en la serie. En la mitad de la segunda temporada hay un corrido interpretado por un grupo de Sinaloa dedicado a Heisenbeg y su metanfetamina. Con ese video clip abren el capítulo. Es de no creer, tienes que pararte ante el computador y comprobar que sigues viendo la serie. La música de esta es para descargarla y escucharla todo el tiempo encerrado en un cuarto, viendo como el humo espeso se disuelve en el aire.
Bueno y están las actuaciones. Por ahí he leído que al parecer AMC, el canal que transmite la serie no le tenía mucha fe y que por eso no le apostaron a las grandes estrellas. Eso tiene que ser una mentira absoluta. El casting es de lo mejor que hemos visto. Bryan Craston en su papel de mister White no sólo es un tipo sufrido sino duro. Su voz gruesa, metálica asusta no sólo al traficante más sanguinario sino a alguien más peligroso y bravo, su propia esposa. Aaron Paul se consagró siendo el entrañable Jesse Pinkman. Que me cuelguen los fanáticos de mister White pero sufrimos y lloramos es por nuestro torpe, tierno y sensible drogón preferido. Lo de Paul es intensidad pura, la mirada de este joven actor parece haberla entrenado la mismísima Stella Adler. Es injusto que su actuación no tenga más relevancia, que los estudios no se disputen por trabajar con él.

La pareja Pinkman- White es de las mejores que se recuerden en la historia de la televisión. Es una relación entre padre e hijo. Significativo cuando en los capítulos finales de la cuarta temporada Walt le dice a su hijo, a punto de acostarse “Buenas noches Jesse”. El amor que siente Walt hacia su compañero es tan egoísta que no deja que nadie se acerque a amarlo. Todo el que se acerque a Jesse saldrá herido por culpa de su socio. A pesar de que se golpeen o se insulten, que juren que nunca más volverán a verse su amistad está blindada, nadie podrá dividirlos ni siquiera ellos mismos.
Ambos están acompañados por actores bastante competentes, por gente dura como Giancarlo Espósito, el frío Gustavo Fring que usa sus Pollos Hermanos como tapadera para su imperio de crímen, por gente dicharachera, eficiente y enérgica como Dean Norris en su papel de Hank o Anna Gun y su Skyler, indescifrable, ambiciosa y a la vez buena madre.
Es que en Breaking Bad como en la vida misma la línea que separa los comportamientos buenos de los malos es casi invisible. Están tan bien construidos los personajes que le hacemos fuerza a los bandos opuestos, queremos que le vaya bien a Hank en su investigación pero que por nada del mundo vayan a descubrir a nuestra pareja preferida.

Pero Breaking Bad  es sobre todo una feroz crítica al sistema de salud norteamericano. No importa si eres un héroe de la DEA o un destacado profesor de química, el sistema de salud te fallará. Si quieres que te atiendan como a una persona, que te den una luz de esperanza en medio del dolor y de la inminencia del fin debes gastar miles de dólares. Tu trabajo mediocre no te dará para tanto, deberás torcerte, tendrás que convertirte en un temible traficante de metanfetamina para que te extirpen el tumor y poder seguir respirando sin que sientas el ahogo de dos manos estrujándote el esófago.
Envidio a todos ellos que no la hayan visto, tendrán unos días maravillosos donde seguramente no podrán bañarse con la luz del sol. Vivirán encerrados en sus cuartos, no contestarán el teléfono, no verán a nadie. Cuando vean el último capítulo de la cuarta temporada saldrán a la calle pálidos, con ojeras a buscar al amigo más cercano, lo agarrarán del cuello y le dirán que por favor la vean, que dejen todo lo que están haciendo, que no han visto nada parecido. Entenderán por fin porque los Testigos de Jehová salen a la calle a predicar la palabra del señor. Cuando una pasión te embarga quieres evangelizar, que todo el mundo comprenda tu gozo, tu placer.
Somos devotos de Walter White.