13 de enero de 2013

HANNAH Y SUS HERMANAS De Woody Allen. El cine puede salvarte la vida


Mucho trabajo le costó a Woody Allen separarse de la imagen de simple bufón y adquirir por fin el estatus de autor. A pesar de que un filme como Annie Hall está más cerca de las Fresas salvajes que What’s up Pussycat ya que en la historia protagonizada por Diane Keaton se usan recursos bergmanianos como el tiempo recobrado, la crítica seguía viéndolo como un comediante que tenía ciertas pretensiones ridículas de emular a los grandes maestros europeos.
Cuando se estrenó Interiores se le acusó de snobista. Se le aconsejó además volver urgentemente a las payasadas medianamente inteligentes como Bananas y reservarse de pastar en los terrenos de los cineastas serios. Algunas veces como en Stardust memories su intento desesperado de emular el Ocho y medio de Fellini, los críticos tenían razón. Lejos de intimidarse con este tropiezo Allen lo siguió intentando. El reconocimiento unánime le llegaría por fin en su catorceava película, tal vez la más difícil que haya hecho hasta la fecha.

En Hannah y sus hermanas el realizador judío se arriesga no ha contar una historia (intentar describir su argumento es muy complicado) sino a desarrollar media docena de personajes, cada uno completamente distinto a otro y establecer entre ellos hilos conductores. El eje central es Hannah, fría y brillantemente interpretada por ese témpano de hielo conocido por el nombre de Mia Farrow. Ella es una exitosa actriz de teatro, la única de tres hermanas que heredó el talento histriónico de su madre (Interpretada por Maureen O’Sullivan quien en la vida real era la mamá de Farrow y fue además en la década del treinta la mítica Jane de Tarzan). Ella vela por el bienestar de sus impredecibles, inestables e histéricas hermanas. De lo único que se le puede acusar a Hannah es de ser demasiado perfecta.
La construcción de los personajes es realmente admirable. No importa el tiempo que estén en pantalla, todos están revestidos de una oscura profundidad. Ese es el caso de Frederick, el pintor que vive con Barbara Hershey. Bastan unos pocos minutos para que nos demos cuenta de su iracundo y radical carácter. Para este papel Allen eligió a Max Von Sydow. Nadie como él podría revestir a este personaje de ese aura intelectual, áspera y distante. Su voz metálica y sus rasgos duros, como tallados con cincel lo convierten en el misántropo perfecto.

Por primera vez en su carrera el autor de Zelig va a usar a un alter ego, algo que se volvería muy común sobre todo cuando su edad y su creciente ceguera le a impedido interpretar esos personajes que parecer escribir para él mismo. Esta responsabilidad recae en Michael Caine. Él es Elliot, el actual esposo de Hannah. Es un asesor financiero de éxito que tiene un pequeño problema; se está enamorando de su cuñada. Inexplicablemente se deja llevar por un impulso adolescente que lo acerca inevitablemente a ella. Micky (Woody Allen), el ex de Hannah dice algo que parece describir las razones por las cuales le dio el papel al mítico actor británico “Elliot me cae bien, es un perdedor, completamente inseguro de sí mismo. No me caen bien todos esos farsantes que tienen el autoestima alto”.
Pero es sin duda en los papeles femeninos donde Woody Allen definitivamente se revela como el gran director de actrices que es. Ya mencionamos a Barbara Hershey y a Mia Farrow pero la que se destaca por encima del resto en Diane Wiest en su papel de mujer confundida que vive a la sombra del éxito de su hermana. Como un planeta gira en torno a la sombra de Hannah para desligarse de su órbita intenta sin éxito forjarse una carrera como actriz. Luego se une a Carrie Fisher en su desafortunada compañía Stanislawsky de canapés. Trata de salir con un arquitecto pero su amiga y socia se lo quita vilmente. Desesperada y recurriendo de nuevo a la buena de Hannah se refugia en la escritura, consiguiendo inesperadamente y rozando los cuarenta años su verdadera vocación.

Esta interpretación le valdría a Wiest el primero de sus dos óscares como actriz de reparto. La película además ganaría el Óscar a mejor guión y a mejor actor de reparto gracias a Michael Caine.
La complejidad de los personajes la hacen una película difícil. La razón de esa dificultad estriba en que es un filme que habla sobre muchas cosas, la actuación, la vida en pareja, la búsqueda de una divinidad que le dé sentido a la vida, pero sobre todas las cosas es una película sobre Nueva York. Allí está la gran ciudad vista en cada una de las cuatro estaciones, ella es la gran protagonista, la que marca la vida de sus personajes, ella es la gran divinidad que tanto busca Micky, en ella te enamoras, mueres, renaces con un beso. Esta es la declaración más contundente del director por su ciudad, por encima incluso de Manhattan.
A pesar de esa complejidad existencial Hannah posee momentos de humor maravillosos, plenos, como aquel en que el hipocondriaco cree tener un tumor en la cabeza “Del tamaño de una pelota de basket” o su suicidio fallido. Además está ese homenaje a la entrañable Duck Soup, el cine por encima de cualquier antidepresivo puede curarte las ganas de morir. Para seguir vivo solo tienes que escoger la película correcta y Hannah y sus hermanas lo es, por eso hay que seguir viéndola una y otra vez hasta que se estampille en la memoria y que llegue un momento que para poder verla de nuevo solo tengas que cerrar los ojos. Allí estará, metida en ti para siempre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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yanmaneee dijo...

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