5 de junio de 2013

EL CONTROL. El Amarcord de Dago.

Hacer películas es algo muy difícil y si alguien encontró la fórmula felicitaciones. Dago García cuando se sienta frente a su  portátil oprime el piloto automático y ahí se deja llevar a donde el capricho del mercado se lo indique. Usualmente el público que sigue este tipo de producciones es el mismo que no va a cine en todo el año y que espera fervientemente que vuelva un tipo como Uribe  a alimentarles ese patriotismo que muchos creen es el motor que mueve a los países desarrollados.
Leo los comentarios de las personas que asistieron a la sala y todos salen felices. La mayoría indica que El control les hizo evocar la época en que la televisión colombiana tenía contenido “Sano” y era pensada “Para toda la familia”. Para Dago un televisor se debe ver como un tótem, el objeto sagrado que une a las personas, que nos hace una sola persona. El control como la mayoría de sus películas es una invitación a la alienación total.

Por eso para él los intelectuales y todos esos tipos aburridos que critican sus producciones no son más que unos resentidos que en el fondo lo único que quieren es aparecer en televisión pero su fealdad absoluta les impide hacerlo. Es más valioso un papá ignorante que invita a sus hijos a la sana diversión de resetearles el cerebro mientras ven una telenovela que un profesor que trata desesperadamente de hacer que sus alumnos se diviertan leyendo.
Con esto no quiero decir que El control sea una película peligrosa en el sentido de que nos va a alienar y nos va a hacer creer que no existe nada más hermoso que una familia reunida en torno a un televisor. Colombia es una de las sociedades más reaccionarias y conservadoras del continente así que cuando el mal está instaurado ya no corremos ningún peligro. Tampoco voy a recalcar en lo obvio, en lo insoportable que es César Mora, en el desperdicio de Cristian Tappan, en lo mal que actúan los niños de nuestro cine y televisión, que seguramente están ahí por puro nepotismo, en lo terriblemente escritos que están esos guiones donde no se cuenta una historia sino que se pegan sketches, chistes malos contados por el tío borracho de la familia que posiblemente se parezca físicamente a César Mora.

No, ya el año pasado tuvimos suficiente y hablamos ampliamente de esto a raíz de El paseo 2. Lo que me llamó la atención de la primera Dago Movie del año es que la indecisión del escritor de telenovelas por tratar de contar algo personal y conmovedor y a la vez hacer una de sus chabacanas comedias confundió a sus fieles seguidores (La mayoría de ellos ni siquiera saben cómo se llama el autor de estas películas y está convencido de que César Mora es el que las hace) y los terminó aburriendo. Nadie reía, el hecho trágico que ocurre en la mitad los abrumó, eso de que alguien vuelve de la muerte al mejor estilo de Bergman confundió al mismo público ingenuo y cinetográficamente analfabeta que aplaudió a rabiar Mi gente linda y mi gente bella.
A pesar de que en esta ocasión el piloto automático no le funcionó a Dago, la película va a meter seguro más de 200 mil personas a las salas de cine. El impresionante despliegue publicitario asegura que el producto se  va a vender y se va a vender bien. La gente decepcionada, se consuela al final en el pasillo diciendo que igual había que venir a apoyar el cine colombiano. Ojalá ese mismo entusiasmo hubiera existido para apoyar Estrella del sur, La playa D.C  o Crónicas del fin del mundo.

El gran problema de la formulita de Dago es que está obligando a jóvenes realizadores a optar por este tipo de géneros si pretenden seguir haciendo películas. El sistema los ha arrinconado y la gente quiere ver más colombianadas en la gran pantalla, si es posible adaptar La sopa de letras y repetir los chistes imbéciles de Deje así y Hombre con hombre, mujer con mujer, pues bienvenidos. Las fórmulas no dan ningún resquicio para el riesgo, para la imaginación. No reímos siempre de lo mismo, como autómatas.
Si quieres seguir haciendo cine debes esperar, buscar el éxito con una película de putas y enanos y luego si, intentar con la plata que recibiste hacer tu propia película, la que te impulsó a meterte en el cine, la película que justificaría tu vida, tus propias obsesiones. Una para ellos y una para mí. Eso es lo que esperamos de un cinéfilo confeso como Dago, un comprador compulsivo de clásicos, un hombre que dice amar la profundidad de Tarkovsky y el humor de Lubitsch.

Aunque no sé si con El control quiso hacer su propio Amarcord. El éxito nunca es buen consejero.

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