17 de noviembre de 2009

TÉCNICAS PARA TOMARSE A BOGOTÁ

Este artículo se publicó en el suplemento cultural de Vanguardia Liberal en octubre del 2003 (Bucaramanga-Colombia). El tiempo me ha dado la razón ya que muchos de las personas que se nombran en el artículo han consolidado sus talentos. Por eso he decidido publicarlo, así me de verguenza la forma en la que está escrito.

TÉCNICAS PARA TOMARSE A BOGOTÁ
Reflexión en torno a Elizabeth Bathory de Leonardo Carreño
y R. Abdallah, y el panorama del cine en la ciudad.


Por Iván Gallo
Son dudosos los grupos, siempre lo son; ya lo dijo Groucho Marx "no puedo pertenecer a un club donde me acepten a mí como socio". Los grupos literarios son dudosos, claro que sí, y más cuando se reúnen deliberadamente. Pero si uno está en una provincia y de un momento a otro se sienten los deseos inmediatos de leer, de escribir, de ver buen cine, lo más seguro es que tu vas a buscar alguien con quién conversar sobre la película del viernes o preguntarle a alguien quién diablos es Polansky. Así que los provincianos eternos (como su humilde servidor) que tenemos alguna inquietud intelectual estamos irremediablemente abocados a unirnos para conversar o al menos para llorar o celebrar nuestro desarraigo.

No en vano los grandes grupos intelectuales del país casi nunca emergieron de la capital. Fuenmayor, Cepeda Samudio y García Márquez hicieron su caverna en Barramquilla, Gaitán Durán y Valencia Goelkel fundadores de la revista más importante de literatura en el país -de Mito- eran de los Santanderes. En los sesenta los nadaístas irrumpieron en la sociedad colombiana volando puertas con hachas de estiércol y casi todos sus integrantes no eran bogotanos. Por esa misma época en Cali un grupo de muchachos comienzan a ver películas con voracidad escualoide y a leer números industriales de novela. El grupo de Cali, que sacó a la luz público nombres tan importantes como los de Carlos Mayolo, Ramiro Árbelaez, Luis Ospina, Oscar Campo y como no el profeta Caicedo, impusieron un nuevo ritmo en las letras e imágenes de un país tan rural como era la Colombia de hace treinta años.

Lo peor del caso es que después de la erupción viene la calma, y la lava casi siempre se seca en Bogotá, receptáculo donde usualmente van a parar los geniales integrantes de estos grupos. Una vez en la capital vienen el desengaño, a muchos el monstruo se los traga vivos y ya no hay nada qué hacer, cerrar los ojos y llorar en silencio.

Leonardo Carreño viajó a la capital no hace mucho. Su desarraigo precisamente lo llevó a buscar otros locos que hicieran o al menos soñaran con realizar proyectos tan desquiciados como el de hacer cine en este país. Después de andar y desandar el cemento capitalino, Leonardo decidió volver a sabiendas de que allá era muy difícil ganar un espacio. Al alejarse pudo ver que en Bucaramanga el cine apenas está dando sus primeras puntadas, ni siquiera el sueño se ha solidificado. Con la inquietud de la foto fija se empeñó en ponerla en movimiento, sólo faltaba una historia y entonces se encontró con el juglar Abdallah, que casi siempre tiene una canción en su guitarra llena de letras. Es curioso que piense en música cuando hablo de los cuentos de Abdallah, debe ser porque usualmente tiene de epígrafe algún trozo de canción de los Stones o de Nine Inch Nails. Leonardo había leído Noche de quema, el libro de cuentos de Ricardo. A él le gustaba Camila pero Abdallah dijo “mejor Bathory pelado”. Ricardo es un morboso Poetano, como Edgar sus mejores cuentos son oscuros y pesimistas y sobre todo llevan nombre de mujer. Las historias de Abdallah son de monstruos pero ellos no son hijos del demonio sino que siempre nacen de la maldad de la mujer come hombres.

Elizabeth es una femme fatale, no una vampireza. Por eso no es un monstruo sino un ser que tiene una particular manera de amar. El amante no está en capacidad de elegir, el debe amarla así, con los dientes ensangrentados, con el agua teñida de rojo. Él no piensa mucho en mejor dejarse llevar por la concupiscencia de su sexo, por el sabor de la sangre de los otros.

En dos días plasmaron en imágenes lo que Ricardo había dicho con palabras. Grabaron con la cámara de Yulian Martínez, un man que desde que llegó de Nueva York se ha convertido en el gurú técnico del cine en la ciudad. Entre pinturas y cosas que utilizaron durante el rodaje se les fueron como trescientos mil pesos, una cifra ridícula comparado con las que se manejan no sólo en Estados Unidos sino también en el país.

Uno puede tener talento pero a la vez ser un guevón. Lo digo porque muchos quieren hacer de su ópera prima una súper producción, rebosante de extras y locaciones. Una de las razones de que en países tan pobres como Somalia o Mali se haga cine es el hecho de que ellos son concientes de su presupuesto limitado, entonces teniendo ese elemento ellos cuadran el guión.

En eso acierta Carreño, ya que, a pesar de que la película es un gótico tropical, es a la larga una historia sencilla. Los actores son amigos, las locaciones son sus casas, Leonardo es pintor y se preocupó por lograr un ambiente, no tuvieron que pagar derechos de autor, en fin, supieron manejar sus limitaciones.

La película, como es lógico, tiene muchos errores, como por ejemplo de aspecto narrativo. El lenguaje cinematográfico no está muy claro ya que Leonardo no asume riesgos y se ciñe mucho al texto de Abdallah. A veces uno no sabe si está viendo un video o un documental. Pero este es un error que debería esperarse ya que lo que más cuesta hacer en el cine es precisamente conseguir un lenguaje propio. Adaptar siempre es difícil así sea la obra de un amigo. “cada vez que lo veo me gusta menos” dice Leonardo, y esa reflexión hecha como para adentro lo alivia a uno porque sabe que el man no está desfasado, que sabe lo que hizo y seguramente en su próximo proyecto (tiene dos: un documental en 16mm y un cortometraje surrealista) poco a poco va a conseguir narrar con soltura.

Creo que la principal virtud que tiene el trabajo de Carreño es que es un inicio. Por fin se está viendo en la ciudad un surgimiento del cine. Acá hay gente que ve cine y que hace cine. Periódicamente llegan directores del interior a contarnos como es eso de convertir la inmovilidad en movimiento, nos hablan de sus frustraciones y de sus alegrías y nos dejan muy en claro de que para nosotros el video digital representa nada más y nada menos que la salvación. En La vida de Elizabeth Bathory Carreño logra hacer un ambiente, en la última escena se puede sentir el aire viciado por la muerte, se huele a sangre y a sexo, hace de esa última escena todo un cuadro apocalíptico, como si quisiera hacerle un homenaje a William Blake y a todos los malditos. La redención sólo está en la bañera, envuelto en los brazos de Elizabeth encontraré la verdad.

Cuando Carlos Mayolo y Luis Ospina realizaron sus películas de monstruos toda la crítica del país (cuando digo toda quiero decir mucha, entiéndanme soy santanderano, ergo soy exagerado) se le vino encima, “cómo es posible que hagan vainas sobre vampiros con todos estos problemas de violencia que vivimos a diario” y ellos sólo respondían “si nosotros hacemos películas de horror es porque vivimos en el valle y vimos decapitados y latifundistas que quitaban de sus manos la tierra que los campesinos sembraban. El latifundista es un vampiro”, y los periodistas callaban no porque hubiesen entendido sino porque no habían entendido nada.

Abdallah y Carreño, junto con Yulian Martínez, Edson Velandia y Nelson Cárdenas, son las piezas fundamentales de este aparato majestuoso que sin quererlo se solidifica más en la ciudad. Ya muchos saben que las respuestas no están en la capital, que una de las cosas buenas que tiene la post modernidad es que podemos encontrarnos con el mundo en un cuarto de cinco metros. Desde acá se puede filmar y se puede teorizar. Hay que hacerse fuerte en un sitio, después la capital caerá por si sola.

1 comentario:

Yulian dijo...

Hola Ivan, había olvidado sus dotes de clarividente. Que no lo pille ¨the History Channel¨ porque lo convierte en el próximo NOSTRABAMOS. No me tome en serio, es una broma. Había olvidado ese artículo, qué bueno y tiene toda la razón.
Qué cuenta desde Buenos Y Mejores Aires?
Un abrazo
Yulian