16 de noviembre de 2009

En la inconsecuencia está la libertad

No me gusta lo exótico sin importar de dónde venga. Yo no tengo nada que ver con un japonés o un indígena del Amazonas. Me aburre ver el Teatro No y el cine de Ozu y toda esa música que está grabando Peter Gabriel. Tengo un amigo que está feliz porque está viviendo en el Perú en Inkaterra, cada ocho días un chamán le vierte en el espíritu una especie de yajé, del cual me dice que es una experiencia impresionante: “Recorrer con un emperador astral los caminos del Inca”. A mí que me manden ese yajé por avión y me lo tomo acá en la ciudad, en mi apartamento, lejos de cualquier indio con un sonajero en la mano.


Hace unos años cuando yo vivía en Bucaramanga sacaron un libro sobre la música que se hacía en el magdalena. Las señoras mas refinadas iban a ver la exposición de fotos y leían a voz en grito los textos, lloraban al ver “Como esos indios siendo ellos pudieron hacer algo tan parecido a lo que se hace por acá” Se sentían mas cultas, mas listas para recibir a Dios. Yo puedo entender eso de esas señoras pero no perdono que gente que haya tenido acceso a los libros pueda caer en la tentación de sentirse culpable por que le gusta occidente. “Me encanta todo lo étnico” Y no conozco al primero que tenga una novia indígena o se emborrache escuchando guabinas o cualquier tipo de música que se haga con esos instrumentos que no necesitan corriente.

Yo creo que el problema no es si les gusta o no les gusta lo exótico, el problema es que hablan sin saber, que la alienación es tan impresionante que hasta los mismos intelectuales no necesitan leer para hablar. Entre más se hable sin saber más se es respetado. Entre más raro, más loco, más cool. ¿Cómo van a apreciar el arte ruandés cuando desconocen la cultura donde les tocó nacer? Y los que conocen le tienen miedo a los extremos, a sobrepasarse, van todos sobre un trampolín agarraditos de la mano, sin atreverse a mirar si quiera al abismo que se escurre interminablemente debajo de sus pies. Cuando William Blake hablaba de que el único camino a la sabiduría era el exceso, se refería a la curiosidad. La curiosidad impide quedarse en una sola idea, el hombre que piensa parece un mar abatido por las olas, dentro de él solo puede haber caos e inconsecuencia. No me interesa la paz que se puede sentir en oriente, me interesa el infierno que existe en la cultura occidental, cuando tenga ochenta años querré sentarme en una mecedora a ver todos los días cómo se va ocultando el sol. La paz está lejos, necesitamos la inconsecuencia que sólo nos puede dar la libertad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta sí es una provocación, Iván. Y de las buenas. Detesto como vos el exotismo turístico de los felices. Aprecio como vos la libertad del exceso y lo inacabado e incongruente. Abrazo. Luis Gruss y seguramente Andrea Rocha que ahora está de viaje.

Anónimo dijo...

Tiene usted la razón en algunos aspectos; sin embargo, uno no puede negarse a conocer la visión de mundo de otros pueblos, no como turista, sino como persona curiosa, que en verdad encuentre sentido en lo que percibe. Eso hace parte del enriquecimiento cultural.

SATUPLÉ dijo...

Completamente de acuerdo, me refería a los que por parecer politicamente correctos asumen posiciones, religiones y gustos que no entienden. Muchas gracias por leerme y sobre todo por comentar

Monica dijo...

yo estoy en un alquiler temporario en capital federal de turista por 6 meses, pero me gustaría conocer muchísimos pueblos mas y poder aprender de cada uno