25 de agosto de 2010

EL ETERNAUTA

No hay muchas razones para ser optimista. Los hombres de verde dominan la ciudad. Me escondo en el último reducto que queda, el estadio de River cayéndose a pedazos, las naves pasando muy cerca de mi cabeza, no me ven porque me he ocultado entre las vigas dobladas por la fuerza del rayo centrífugo. Soy el último hombre en la tierra.
He visto a naciones arder como un pedazo de madera al fuego, he visto la cara de Jesús teñida de sangre, yo fui el centinela que le clavó la lanza en el hígado, bebí su sangre negra y espesa, la sangre de un muerto. Estuve en todas partes y en ninguna huyendo de la realidad, el mundo no existe, los hombres de verde lo controlan todo.
Tuve una familia, un perro que ahuyaba al amanecer cuando todos los planetas se ponían en fila. En la mañana los niños venían hasta mi y me sacaban de la cama, iba a la estufa y les preparaba lo que había quedado de la noche anterior. Después el brillo incandescente del rayo me dejó ciego por un rato y cuando volví a ver toda la ciudad quedó en ruinas.
Una nieve fosforecente cae sin parar por las calles desiertas, se amontona en las esquinas. La nieve me recuerda a la muerte. Los pocos que sobrevivieron al rayo cayeron presa de la maldición atómica. Desde entonces el cielo tiene esa tonalidad amarilla. Caminé sin rumbo por las carcomidas vías férreas y llegué hasta la ciudad de las estatuas donde nadie había. Los hombres de verde no quieren hacerme daño, no pueden, necesitan un testigo, por eso me dejan jugar entre las ruinas. Una vez me detuvieron, me pusieron un chip en la cabeza y me hicieron viajar por las escabrosas rutas del tiempo. Fui todos los hombres y todas las épocas, fui Jesús y hablé como él, me subía a la piedra mas alta y hablaba sobre el nuevo reino de los hombres verdes que algún día pastarían esta tierra, hablé del fin pero los hombres ya estaban sordos.
No tengo hambre ni sed, me alimento de las sondas que ellos mismos me lanzan. Hay tardes donde el humo es tan espeso que camino hasta el final de las vías y vuelvo a ver mi casa. Hace años que no lloro y ya ni siquiera puedo recordar el rostro de mi esposa. Todo lo que sabía lo vertí como un cuenco en el informe que ellos me pidieron hacer. Soy el viejo que escribió una biblia que nadie va a leer, soy el traidor que narró el apocalipsis.
Sobre donde quedaba Plaza Italia está la base central, abrieron un hueco en el piso y desde allí sacan todo el material que pueden llevarse. Construyeron un túnel que surca los cielos y millones de años después su poderosa civilización recibe el material del que estuvimos hechos nosotros. De rodillas le suplico a uno de ellos que me pulverice con su pistola pero me ignoran, he violado los sellos del tiempo, dejé de pertenecer a una época, ya estoy muerto.
Duermo en el Estadio de River, justo donde quedaba norte, el río es un infecto pantano, de la vida que hubo solo quedamos yo, los zancudos y las ratas. Pero ellos ni siquiera me miran. Soy un vagabundo del tiempo, un retazo de energía coagulada, un montón de heridas mal cerradas, un testigo mudo que ya no recuerda, que no piensa en huir que se queda quieto a esperar que la nevada pase y a tratar de recordar cuales fueron las palabras que dije para resucitar a lázaro y sacar de la tumba a todos aquellos que amé. Pero todo es inútil.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso, continua con tu ficción creadora. O esto realmente cierto?.....ahhhhhh. Qué miedo, yo realmente creo que esto es el apocalipsis. Te amamos mi gordo!