30 de septiembre de 2010

LAS GALLINAS DE KIRILOV

Estaba ese viejo horrible que en las horas de ocio entraba al galpón y escogía al azar una gallina, la tomaba del pescuezo y se lo apretaba duro. Malherida la pobre gallina iba a nadar en una olla de agua hirviendo donde por unos segundos no más movía sus alas y emitía uno que otro cacareo. Yo sacaba la mejor de mis sonrisas porque era una época muy dura, alargando el último billete de diez pesos me tenía que alcanzar para una semana de almuerzos y yo no podía pasar un viernes sin beber, así que me iba para la casa del viejo a tomar vodka y desenguayabarme con caldo de gallina.
Al viejo le gustaba toda esa música de Julio Jaramillo que yo tanto detestaba. Si me hubieran conocido en otra ocasión, no llevaba esta cochambrosa piyama a rayas, no señor, hubo un tiempo en que yo me vestía de lino y tenía una oficina en el piso 22 con vista a la Plaza de Toros. Era una persona decente pero ya dice el viejo proverbio sufí: Todo pasa!. Las razones por las cuales tengo que estar escuchando las historias de este viejo sucio para beber unas cuantas copas de vodka en este nuevo viernes de mi desgracia son diversas y largas, yo creo que ustedes tienen que confiar en mi y aceptarme tal y como soy.
El viejo es medio sordo y cuando estaba borracho le da por poner el toca discos a todo volumen, me pide que me acerque a él para terminar de contarme una de esas historias de contrabandistas. Dice que una vez fue rico porque traía repuestos para carros usados por el Rio de La Plata y los vendía fácil porque hubo una época donde no existían tantos permisos ni estupideces de esas. No le pongo mucho cuidado, el aliento a ajo se me impregna en la camisa, trato de aguantar respiración pero a los veinte segundos es imposible. Yo aguantaba más cuando jugaba con mi hermana en el tanque aéreo de la casa, siempre podía aguantar 28 segundos, una vez incluso llegué a 32, pero el cigarro es el peor enemigo de tus pulmones. Si este viejo me hubiese conocido antes de usar esta piyama de rayas, si lograra ser lo suficientemente inteligente para darse cuenta no más por mi trato, por las palabras que digo de quien soy se sentiría honrado con callarse y ofrecerme esa botella de vodka que me obliga a compartir. Que ingenuidad la mía, cuando supe que se llamaba Kirialov y había nacido en San Petesburgo me alegré mucho, le empecé a hablar de literatura rusa pero el imbécil se fue muy joven de allí como a los cuatro años y empieza más bien a hablarme de lo que era este país “Y mira en lo que lo han convertido los bolivianos”. Me ofrece un trago pero cuando voy a tomarlo me lo quita porque el sigue con su perorata, dice que tiene un plan para matar a Evo Morales, que sobre las hojas de coca pondrá “Unos alacranes así de pequeños que hay en Entre Rios y cuando el indio ese se vaya a meter una hoja por la nariz lo morderá por dentro uno de esos alacrancitos y seguro le ofrecerá a Chávez una hoja de esas y a Correa porque esos comunistas tienen la costumbre de compartirlo todo hasta usarán el mismo papel para limpiarse el culo” Y el viejo suelta una carcajada y me da la copa y espera a que yo también me ría pero solo esbozo una sonrisa y me meto el trago en un feroz fondo blanco.
El viejo vive al lado de mi casa y tiene un taller de autos. En su tiempo libre suele alimentar a las gallinas que en las noches no dejan de cacarear. Dice que las cría para desestresarse. “No hay nada mejor para aliviar la tensión que apretar a uno de esos animales del cuello, dejarlas medio asfixiadas y luego meterlas en una olla de agua hirviendo, me gusta verlas morir así” Me dice que es un honor el que me hace que yo presencie ese espectáculo, “Con ninguno de estos hijos de puta podría compartir un momento así, lo hago con usted porque yo sé que así use todo el día esa horrenda y sucia pillama a rayas yo se que usted es un muchacho que vivió mejores épocas” y teniendo un ataque de falsa modestia agito la mano en el aire y me dispongo a contarle de los días en que un chofer me iba a esperar al conservatorio de música en un carro gigante, casi en una limusina y que muchos creían que podía llegar a ser tan grande como Glenn Gould, pero casi siempre se levanta y se mete al galpón y escoge al azar una de sus gallinas.
Vine por ella, me convenció que serían solo cuatro años pero después todo se fue a la mierda. Resultó que ya no quería escribir y poco a poco se fue volviendo gris hasta que una vez la encontré en la bañera con las venas abiertas. No sabía que dentro del cuerpo de una persona pudiera haber tanta sangre. Mientras todavía estaba ahí, flotando en su propia sangre la increpaba, le dije que tenía que esperarme hija de puta, que la suerte iba a cambiar. A mi el cuarteto de Jazz con el que tocábamos en las Heras y Pueyrredon empezaba a prometer, ya incluso estaban hablando de grabar un disco. Pero ella no tuvo paciencia y decidió abrir esa puta puerta de la que siempre me hablaba. Todo eso quería contárselo a Kirilov pero el viejo ya estaba arriba de la mesa con los ojos cerrados y cantando a vos en grito “Si yo muero primero es tu promesa, escribirás la historia de nuestro amor” Y yo pienso que lo mejor es no decir nada y que no existe mejor remedio que ahogar las penas con vodka.
La dejé sobre la tina, cerré la puerta y saqué del banco la poca plata que habíamos ahorrado juntos. Dejé Buenos Aires y me vine al sur donde nadie supiera de mi. Por los periódicos supe que me habían echado la culpa de su muerte.La policía todavía debe estar persiguiendo al hombre que fui yo. Me dejé crecer la barba, no me volví a bañar y hace rato que vivo de lo que me pueda alcanzar Kirilov. La casa está llena de ratas y en invierno el frío es intolerable debido a los huecos que se están haciendo en la pared. No sé cuanto tiempo ha pasado desde entonces, los dedos se me han torcido y creo que nunca más volveré a tocar el piano. Pocas veces me acuerdo de ella. Nadie sabe quien soy ni siquiera Kirilov, siempre cuando estoy a punto de contarle de donde vine el se levanta súbitamente a buscar una gallina en el corral y a tararear fuerte una canción de cantina, después de echar al animal en la olla con agua hirviendo se sienta y me dice que le diga lo que le tenía que decir pero yo le digo que brindemos por sus hermosos días peterburgueses y Kirilov levanta la copa y sonríe y me mira con aire estúpido, esperando la próxima canción de Olimpo Cárdenas.

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