20 de febrero de 2012

RUMBO AL OSCAR. THE ARTIST. El silencio es oro

Las bases técnicas para crear una banda sonora existían desde antes de 1927. A los autores, a la industria y sobre todo al público no le interesaba escuchar la voz de Asta Nielsen o Lilian Gish, lo importante eran los gestos, la capacidad interpretativa, el lenguaje que era propio del cine. En diciembre de 1924 F.W. Murnau había terminado de rodar El último hombre, la historia de un viejo,  botones de un hotel que perdía su trabajo y veía como su vida se destruía en unos cuantos días. La película no tiene ningún intertítulo explicativo, es decir se sostenía solamente en su poder visual. Era una obra universal que podía ser entendida por un mecánica de barrio triste en Medellín hasta por un pescador de Shangai. Ese tipo de cine que hoy llamamos mudo, como si tuviera alguna limitación, alguna falla que tuvo que ser corregida a último momento, era un lenguaje que estaba perfeccionándose y que fue cortado de tajo solo porque los hermanos Warner decidieron sacar ese horrible experimento llamado El cantante de jazz para salvar su empresa.

El mundo de muchas estrellas cambiaría para siempre. Al principio ver a Al Johnson cantar les parecía a lo mucho exótico, nunca creyeron que esas películas, denominadas con desprecio las Talkies, pudieran suplantar un arte que entre 1919 y 1927 produjo obras maestras vigentes hasta nuestros días. ¿Quien iba a pensar que este periodo de esplendor iba a ser cortado abruptamente? Ocho años que dieron entre otros clásicos Lirios rotos de Griffith, El acorazado Potemkin de Einsestein, El gabinete del doctor Caligari de Wiene, Avaricia de Eric Von Stroheim,  La quimera de oro de Chaplin, El maquinista de la general y Sherlock Homes Jr de Buster Keaton, Amanecer de Murnau, entre otras.
Un arte que se sostenía en movimientos como el realismo socialistas ruso que sentó con Pudovkin y Einsestein las bases del lenguaje audiovisual que ayudan a sostener y justificar la última película de James Cameron hasta la más detestable de nuestras telenovelas. El expresionismo alemán, el naturalismo francés, el slapstick gringo. Era un campo floreciente que fue cercenado por unos mercachifles que lo único que buscaban era cautivar el público a punta de innovaciones tecnológicas, algo muy parecido a lo que está pasando hoy en día con el incómodo y banal 3D.

Incluso cinematografías como las nuestras fueron devastadas por el nuevo invento. La década del 20 ha sido el momento histórico donde más cerca hemos estado de crear una industria. Películas como María de Máximo Calvo o Aura y las violetas de Vicente di Domenico fueron éxitos absolutos de taquilla e incluso tuvieron cierta repercusión internacional, algo que solo volvería a pasar cuando en 1988 Víctor Gaviria concluya su magistral Rodrigo D. En la década del 30 la incorporación de la banda de sonido mantendría restringido al cine colombiano al noticiero que hacían los hermanos Acevedo y algunos fabricados por Camilo Correa. Hasta el año 1941, el año en que Orson Welles hiciera la revolución sonora con Ciudadano Kane tendríamos la primera película donde la gente hablaba, Bambucos y corazones, una ingenua película donde las aburridas canciones se sucedían una y otra.
Pero no solo cinematografías, movimientos artísticos o una forma de sentir y hacer un arte fueron borradas de un solo plumazo sino que en ese cambio cientos de personas perdieron su trabajo, incluso las idolatradas estrellas cinematográficas. Gente como Louise Brooks, Cesar Romero (Quien volvería a hacerse célebre en la década del sesenta por su interpretación del guasón en la serie Batman) sucumbirían ante el nuevo invento.

Pero es tal vez  John Gilbert, el hombre que rivalizaba en taquilla con Rodolfo Valentino y que fue el único en robarle escenas a Greta Garbo, sería el ejemplo más triste y trágico de lo que traería el cambio. Lo que era una presencia absoluta y sensual en el silente se convertía en algo patético y risible cuando hablaba.  Se sumiría en una depresión atenuada con grandes cantidades de alcohol. Moriría en 1936, sin haber cumplido cuarenta años.
Mucho de Gilbert tiene este George Valentin. Su casa es un culto a él mismo. Las mujeres se mueren por su gracia y sensualidad. Nada es tan irresistible como las películas que protagoniza él y su perro. Las revistas del corazón se desviven por desentrañar quien es su último amorío o que tipo de perfume usa. Él tiene la capacidad de decidir, por encima del productor o del director quien podría protagonizar su próximo éxito. Ha conocido a una mujer, una bailarina de poca monta que lo ha cautivado. Decide trabajar con ella, tiene buen ojo. En unos pocos meses la desconocida Peppy Miller se ha convertido en una diosa. Sus películas acaparan la atención del público mientras la carrera de Valentin sucumbe por su tozudez de no aceptar que los tiempos cambiaron.

Decide producir y dirigir una película muda, siguiendo las claves que lo convirtieron en una gran estrella. Aventuras en un país exótico, el peligro acechante, el rescate en el último minuto y la actuación basada en la gracia del gesto desmedido. La gente ya no a ha ver su película, además la suerte le ha dado la espalda, decide estrenar su filme el 25 de octubre de 1929, el mismo día en que los productores de Peppy Miller han estrenado su película, el día en que explotó Wall Street.
La quiebra le sigue al fracaso artístico. El mundo parece haberlo olvidado y la única que se acuerda de él es precisamente Peppy Miller. Desde que era una desconocida lo amó y ahora que ha dejado de ser un Dios lo ama todavía más. Quiere ayudarlo pero no sabe como hacerlo. A Valentin no le gusta ceder un palmo, como Chaplin con Charlot, el nunca quisiera hacer hablar a su personaje. El es ante todo un artista. Un incendio, la caída final, hará que irremediablemente el galán venido a menos caiga en los brazos de la diva.

The Artist es un milagro. Uno no puede evitar al verla sentir que no se pagó una entrada al cine sino que se está dentro de una máquina del tiempo y has retrocedido ochenta años. La impresión que tenemos como viajeros del tiempo es la sensación absoluta de que estamos viendo cine. Es en esas expresiones, en esas actuaciones que inundan la pantalla donde encontramos la razón de ser de un arte nuevo, vital, un arte que a pesar de tener 117 años muchos cada año dan por muerto, pero que siempre es resucitado por sucesos como The artist.

Nada sabíamos de Michel Hazanavicius, este francés nacido hace 42 años y con un par de películas a su haber. Intuimos que es un director que ama y conoce como nadie su oficio. Como las grandes películas esta es cine dentro del cine. A veces cuando vemos la película proyectada dentro de la misma película tenemos la impresión de infinito que se tiene cuando ponemos un espejo frente a otro espejo. En cierta manera formamos parte del filme. Valentin parado frente a la luz que destila su proyector casero da la impresión de la estrella que se sale de la pantalla, la estrella reflejada en carne y hueso frente a una tela blanca. Las citas y alusiones a otras grandes películas son constantes. El perro salvando a su amo recuerda al Umberto D de Vittorio De Sica, la música es un claro homenaje al Bernard Hermann de Vertigo, la elipsis de Valentin desayunando en silencio con su esposa la vimos en Ciudadano Kane y claro, no podía faltar la sensación constante de deja vu que se tiene con Cantando bajo la lluvia película en la que coincide en el tema y en la gracia de Jean Dujardin, una especie de Gene Kelly, de John Gilbert. Un actor en estado puro.

Su rostro está lleno de marices. No necesita de hablar para expresar una emoción, tan solo moviendo una ceja o un músculo puede decir más que con un discurso. No hay que confundirse, un actor de cine mudo no es un ridículo mimo. Un actor de cine mudo tal y como lo dijo Pudovkin es un creador, un hombre que domina por completo una pantalla, que la hace palpitar, que la justifica. La palabra casi siempre es una trampa por eso dice Gloria Swanson en la inolvidable Sunset Boulevard “Sigo siendo grandes, son las películas las que se han hecho pequeñas”.
The artist es la película de un actor, el advenimiento de una nueva estrella y de pronto de una nueva manera de hacer cine. Hace un par de años El amante decía a propósito de Avatar  que tenía la importancia de haber comenzado una nueva manera de filmar, de ver las películas, que la obra de Cameron era el equivalente a El nacimiento de una nación. A mi la verdad Avatar con sus efectos y su ecologismo barato me aburrió hasta obligarme a salir de la sala. En The artist hemos vuelto a lo esencial, a lo básico. El cine no son discursos sino que su fuerza y su poesía están en el poder que proyectan las imágenes. Por eso es cine en estado puro, un clásico inmediato, una obra maestra absoluta.
The artist no es una película sino una buena noticia, la de que a pesar de todo el cine está mas vivo que nunca.

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