Jean Renoir es el director más grande. Su mirada puede ir desde la irracionalidad de la guerra hasta la visión de un vagabundo cuyo único credo es vivir con muy poco, practicando el amor libre…Boudu fue el primer hippie. Renoir está vivo, yo lo compruebo cada noche en que veo caer al héroe Andre Jeurieux a manos de un Shumacher poseído de celos salvajes. La película palpitando en la estreches de un DVD, la película expandiéndose en una pantalla que si bien no es tan grande como las de antes al menos tiene las dimensiones acordes para que dos personas podamos ver a María Félix mostrando su sensual torso, a Jean Gabin convertido en el soñador que a punta de constancia pudo crear el antro más famoso del mundo, a una docena de bailarinas levantando olímpicamente la pierna, repartiendo a diestra y siniestra su French-Can Can.
Un gran director no se da con vueltas, si la historia, la verdadera historia no se dio así pues…reinventémosla! Muchas veces, tal y como lo dijo Godard, el cine es mejor que la vida. Yo quiero creer que Moulin Rouge nació así, que esa explosión de colores que es el filme de Renoir no es más que un documental. Un empresario loco, que todo lo da por el arte, una lavandera poseída por la danza, María Félix dándolo todo, hasta su cuerpo con tal de ver a su mentor, a su ídolo a su amante encumbrarse en lo que él cree que es la gloria. Fracaso tras fracaso Gabin permanece imperturbable en la idea… que importa que un oscuro acreedor se lleve los muebles de tu casa y que en las paredes se vean las sombras de los hermosos cuadros que alguna vez reposaron allí. La vida es muy corta y no debemos preocuparnos por pequeñeces.
Hijo del maestro impresionista August Renoir, Jean no fue ajeno al sentido del color que tenía su padre. Como en ninguna otra de sus películas French Can- Can es una explosión pictórica. En cada encuadre podemos encontrar a los expresionistas del cual conoció de niño. En su maravilloso libro Renoir mi padre, el autor de La regla del juego cuenta como después de sufrir una herida en la pierna durante la Primera Guerra Mundial, tuvo que estar convaleciente varios meses al lado de su anciano padre. Encerrado en su estudio aprendió los secretos que podía tener el intento de representar la naturaleza. Hijo de su tiempo Jean no quiso limitarse a pintar sino que usó el invento que en ese entonces empezaba a abrir todo un horizonte de posibilidades artísticas: el cinematógrafo.
Con El rio probó las posibilidades del uso del color en el cine, pero sería en French Can-Can donde emparentó definitivamente (Muchos años antes que Greeneway o Kurosawa) la pintura con el cine. El tema no podría ser mas apasionante: el origen del burdel más famoso de Francia. Allí sobre sus buhardillas, pintores como Gauguin y sobre todo Tolouse-Lautrec asentaron sus talleres. De día trabajaban como condenados, de noche se dejaban llevar por la absenta, esa entrañable hada blanca, por las polleras de las hermosas bailarinas de piernas largas, eternas, por una atmósfera cargada de bohemia, alegría y romance.
Por lo que representa para la pintura el Moulin Rouge es que directores como John Huston, quien en su versión de 1952 presenta una historia que solo sirve de excusa para mostrar su conocimiento sobre la pintura, deciden abordar sus orígenes con mas bien pobres resultados. Más emparentado a la película de Renoir está Baz Luhrmann en su versión kitsch de 2001, recargada de imágenes con Ewan Mcgregor y Nicole Kidman cantando una estrambótica versión de Smile Like Teen Spirit, entre todo ese expresionismo uno puede encontrar la influencia del gran maestro francés.
Hace poco en España se reeditó una maravillosa versión de esta obra maestra absoluta. Los colores son tan vivos que la película parece realizada el año pasado. Los invito a que se sumerjan en esta particular experiencia de uno de los autores más importantes, imprescindibles y aún desconocido en nuestro medio.
El gran maestro está vivo.
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