29 de mayo de 2011

100 PELICULAS. 10. EL ULTIMO TANGO EN PARIS


10. EL ÚLTIMO TANGO EN PARÍS. Dir: Bernardo Bertolucci (1971): siempre que la veo maldigo sobre ella porque detesto el sexo sugerido en el cine, a mi que me muestren un primerísimo primer plano de una follada a full y no que me muestren esas bluyiniadas artificiosas. Pero la obra maestra de Bertolucci es mucho más que cine erótico, es una película sobre el absurdo del suicidio y sobre las terribles heridas que dejan en los seres que conoció el que lo practicó, una película sobre el desarraigo, el personaje de Marlon Brando ha deambulado por todo el mundo, revolucionario en América del Sur, cazador de ballenas en el mar del Japón, contrabandista en África, boxeador en Estados Unidos y al final ha conocido a sus 46 años a una propietaria de un hotel en París y todas las ilusiones empiezan y terminan en la ciudad luz.

Es un filme sobre un espacio arquitectónico porque ese apartamento donde los amantes se despedazan cada noche es casi que el protagonista de esta película, el recorrido de Bertolucci es minucioso, va desde la sala hasta el baño “Ya no hacen lavabos así” dice Brando el bruto mientras se está afeitando.Esta es una obra sobre la moral burguesa, sobre el ridículo concepto de la familia, sobre todos los valores que heredamos de nuestros padres. El monólogo de Brando mientras le practica sexo anal a la inmunda Maria Sneider lo que trata es de socavar todas las estructuras en las cuales se ha sostenido occidente.

Es un filme sobre el cine y una sátira terrible contra la pedantería impuesta por los chicos malos de la nueva ola francesa. No en vano el novio de la chica es Jean Pierre Leaud, el alter ego de Truffaut, quien acá encarna a un desesperante director en ciernes que cree como creían los discípulos de André Bazin “Que el cine es más importante que la vida”. Es una obra sobre una ciudad, París, única e irrepetible, compuesta por seres “Hermosos y sucios” como bien los describiría Cortázar en Rayuela. Los hinodoros que se bajan con cuerdas, las tinas manchadas de sangre, los vidrios que descomponen rostros como si fueran cuadros de Francis Bacon.
El último tango es una película sobre el arte pictórico. La referencia a los pintores siempre está presente en cada plano exquisitamente fotografiado por el gran Vitorio Storaro. Las referencias van de Rembrant a Corot y se hace explícita desde los créditos cuando los nombres de los que hicieron posible el filme se muestran encima de un cuadro de Francis Bacon pintado especialmente para adornar el principio de la película.
Pero sobre todo esta es una película sobre un actor: Marlon Brando quien utilizaría toda su energía vital para componer uno de los retratos mas avasallantes que se hayan visto nunca antes en el cine. Más que usar lo que aprendió con Strasberg Brando se cubre con sus propios recuerdos para llenar de vida lo que en un principio tan solo es un poco de tinta sobre el papel del guión. En el monólogo donde el americano cuenta su vida es el propio Marlon quien nos cuenta, como en una especie de autobiografía, el infierno de su infancia, cada frase viene reforzada de un movimiento gestual perfectamente controlado, ese momento se viene a desembocar en ese llanto desgarrador que embarga a Brando mientras la siliconuda jovencita se viene por obra y gracia de sus dedos.

El actor norteamericano dijo que después de la experiencia en El último tango pensó seriamente en abandonar el cine ya que la actuación empezaba a dolerle físicamente. Reforzada por los claroscuros de Storaro su personificación es una glorificación al movimiento. Desde como arquea las cejas hasta como deja caer un teléfono pasando por la manera de levantarse hasta la de agarrar un zapato en el aire. Su movimiento es tan maravilloso que ni siquiera da asco cuando se lleva a la rata muerta a la boca. Muchas veces he dicho lo mucho que detesto ver esta película, pero anoche, mientras la volí a ver me di cuenta que me la sabía de memoria, que la veo por lo menos tres veces años y que tiene la fuerza hipnótica que poseen las grandes obras maestras. La de Bertolucci es una película incómoda, que confronta demasiado hasta el punto de exasperarte precisamente porque sobre ella no deambulan personajes sacados de un guión sino gente con vida, llenas de toda la podredumbre y cobardía que solo podemos tener los seres humanos

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