1 de junio de 2011

EL SUBMARINO DE WOLFGANG PETERSEN. EL MITO DE SISIFO EN EL MAR

Durante años había escuchado de las virtudes de esta película pero siempre he sido reticente a las películas de naves en el mar. Anoche en mi eterno desparche me enganché por TCM a ver El barco y quedé completamente estupefacto, ¡no sabía que se podían hacer películas asi!. Como sucede con las grandes películas el nivel de detalle roza el documentalismo. En la primera media hora Wolfgang Petersen tiene la capacidad de hacernos parte de la tripulación. Con la sola descripción del contramaestre a los nuevos tripulantes del submarino tenemos para sentir la claustrofobia. El miedo en el primer simulacro es innegable, que fragilidad, que impotencia tienen estos jóvenes soldados al estar sumergidos en un mar repletos de enemigos de metal dispuestos a devorarlos. Son unos niños que solo quieren vivir y sus oficiales lo saben, por eso la cara de tristeza del mariscal al despedir su submarino. De 40.000 naves que zarparon durante los tres años que duró la guerra naval solo 10.000 volvieron a casa. Cada minuto que pasa es otro paso a la incertidumbre. Con el solo simulacro ya la tripulación puede entrar en pánico, ahora ¿Cómo será el terror ante el ataque real?

Cuando el destructor inglés los ataca, un hombre valiente, un joven que solo quiere vivir para disfrutar de los placeres que le suelen ofrecer las chicas de la Rochelle, entra en un ataque de histeria esquizofrénico que lo obliga a abandonar su puesto, a desertar como un delincuente, pero afortunadamente el comandante sabe de lo absurdo de esa guerra, antes de zarpar en un discurso alcohólico dice con una brillante ironía “Brindemos por nuestra democracia que es tan perfecta que ha permitido que un mediocre pintor de brocha gorda sea el estratega más brillante de la historia militar”, por eso entiende la locura temporal de subordinado y lo absuelve de cualquier juicio marcial que podría condenarlo a ser fusilado.

No, el comandante
del bote tampoco entiende porque ellos tienen que dar la vida por una guerra que está perdida. A los británicos nunca nadie los ha podido invadir. Su armada es invencible, son los dueños del mar. Para tener un antecedente de la última invasión de un ejercito extranjero en suelo británico tenemos que remontarnos a un milenio atrás, al año 1066. Desde entonces los habitantes de las Islas Británicas han conseguido rechazar incontables ataques por mar y aire.
Esa imposibilidad de conquistar las islas lo sabían los educados integrantes de la marina alemana. A diferencia del resto del ejército alemán la marina, donde la mayoría de sus integrantes pertenecía a la más rancia aristocracia, no demostraban tanto entusiasmo por la causa nazi. En todo momento se ve el desgano, el sinsentido de despilfarrar tantas vidas humanas, de llevar al matadero a jóvenes que lo único que quieren es disfrutar de la existencia. Los oficiales de la marina conocían la historia, sabían que en el curso de los siglos fueron imaginadas innumerables estrategias para ganarle a la armada británica. En 1588 la Armada Invencible española trató de invadir Albión con una gigantesca flota compuesta por naves de guerra y transporte como sabemos todo terminó en una gran tragedia naval. En 1804-1805 Napoleón intentó sin éxito destruir la flota británica para poder desembarcar con sus tropas. La famosa estrategia de Adolfo Hitler- El plan Seelowe(Lobo de mar)-era, en términos militares, una fusión entre la estrategia de la Armada Invencible de Felipe II y el proyecto napoleónico. Pero todo fue inútil.

Los hombres que están en ese submarino no defienden la causa nazi sino la bandera alemana. Incluso no titubean en poner una canción de moda en inglés para indignación absoluta del joven fanático nazi que viaja con ellos. Perder la guerra es cuestión de tiempo ¿Por qué se tienen que hundir un país por las aspiraciones de un sicópata? Además está el silencio de la base central, los hombres están inquietos, aburridos apretados. No hay acción en el fondo del mar. Las malditas ordenes no llegan y de pronto se encuentran de frente con un convoy inglés. Es de noche y seguramente los cinco acorazados que ellos observan desde cubierta están dormidos. Después de pensar un rato el comandante se arriesga y los hombres estallan de alegría: pueden estar en contra de los nazis pero son soldados y quieren combatir. Disparan cinco misiles y luego a estribor se encuentran de frente con un destructor que empieza a dispararles. Deben sumergirse. La brillantez de la película de Petersen estriba en el provecho que le sacan a los recursos que ofrece el cine. Para evitar elevar el costo de la película el director alemán utiliza el sonido del detector del destuctor para elevar la tensión. Empieza el descenso y el pánico se refleja en los rostros de los tripulantes algo golpea al submarino, el pánico se apodera de los hombres del barco.
En este filme la guerra es sugerida, los horrores se ven en hechos como el hacinamiento, soportar los gases de los otros, el olor a sucio de tu prójimo. El barco es una película extraña, una película hecha con muy pocos recursos compensado por la prodigiosa imaginación y capacidad de resolver problemas que tiene Wolfgang Petersen un director del cual esperábamos más pero como sucedió con Ridley Scott se dejó tentar por los millones que le ofrecía Hollywood. Las escenas de mar recuerdan las confrontaciones de monstruos marinos en las maravillosas películas japonesas. Todo es artesanal pero a la vez muy real. La escena final evoca el viejo mito de Sisifo, todo el esfuerzo que tenemos que sobrellevar en la vida es en vano pues en la cima de la montaña después de sobre llevar la pesada roca la dejaremos soltar impunemente. El submarino se hunde lentamente una vez ha llegado a su destino, una vez ha cumplido su misión y con el submarino se hundirá la ilusión que alguna vez tuvo ese joven e idealista comandante

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