28 de junio de 2011

100 PELICULAS. 3. HUSBANDS Dir: John Cassavetes. (1970)

Muchos años antes de que los hermanos Weinstein promovieran a los cuatro vientos el advenimiento del cine independiente un talentoso actor newyorkino intentó arrancarse la camisa de fuerza que le imponía Hollywood y en un acto de valentía e irresponsabilidad sacó lo poco que tenía en el banco e hipotecó la casa donde vivía su familia todo para hacer una peliculita sobre una pareja interreacial, un filme mal fotografiado, granulado, con actores inexpertos pero que extrañamente palpitaba como un ser vivo.
El gran mérito de Shadows era la honestidad con la que estaba contada. Ya el patrón de películas de la industria, donde el americano promedio era siempre un respetable padre de familia y donde en cada calle se respiraba el orden y la tranquilidad que dejaba el sueño americano, se estaba desvencijando. La obra de Cassavetes ayudó no solo a que outsiders como John Waters, Jarmush o David Lynch plasmaran sus atmósferas en el hermoso formato del celuloide sino que terminó por aniquilar el estereotipo del ciudadano respetable norteamericano, renunciando a mostrar no un estereotipo sino un carácter, un espíritu.
Como en la obra de Sherwood Anderson el antropólogo del futuro encontrará en la obra de Cassavetes las claves para entender al hombre norteamericano de finales del siglo XX. Sus angustias, sus dudas, sus temores, todo está allí. Pareciera que a la hora de darle vida a sus personajes desplegara sobre ellos un mapa sicológico por donde transitan en las dos horas que usualmente duraban sus filmes. Esta complejidad impide que Cassavetes no plantee sobre ellos juicios de valor sino que la construcción de los personajes es tan perfecta que sobre la película lo que caminan son hombres de carne y hueso, como tú o como yo.
Es difícil rastrear cuales pueden ser las influencias en las que se inspiró Cassavetes para lograr tener una voz propia. Por su temperamento hiperkinético podríamos colegir que nunca escuchó a nadie. No lo imaginamos sentado en una sala de cine viendo un ciclo completo de Mizogushi. Quiso dirigir por la necesidad de estar cada vez más cerca de su pasión: la actuación. Su mundo es el teatro, los actores. Uno es sus obsesiones y es por eso que él decide hacerle un homenaje al teatro con su incalificable, difícil y tormentosa Openning Night. Dicen los que lo conocieron que en privado solo hablaba de beisbol y de nuevas técnicas actorales, actor hasta la médula decidía impostar en público y decir que era un tipo muy culto, que su papá había estudiado literatura en Harvard, que su escritor preferido era Dostoyevsky, en síntesis que era un espíritu moldeado por el contacto permanente con el arte. Adquirió el conocimiento y sus inquietudes artísticas a partir de ese don que tenía de la observación. Tenía la virtud más importante que puede tener un cineasta: La mirada. Lejos de ser un lector procaz era un neurótico constante un egomoniaco dotado con una sensibilidad única.
La fuerza que lo impulsó a hacer cine era el amor que sentía por la gente, la curiosidad que esta despertaba en él. Por eso amaba la actuación, porque el actor tenía la capacidad de llevar los problemas de la gente a la pantalla. Existía para Cassavetes la responsabilidad al contar una historia de retratar de la mejor manera posible a su prójimo. Por eso el actor es el centro de sus películas, la cámara impacta sobre el rostro de los actores, está encima. Es ella la que está al servicio del actor y no al revés como sucedía en el cine tradicional.
Sin importarle que en cada película se gastase el bienestar de sus hijos, Cassavetes se arriesgó a ser coherente con las historias que él quería contar. No habló de grandes intelectuales, ni de grandes hombres, al contrario habló de gente como uno, de, como diría Hunter Thompson, tontos asalariados. Cada dólar que ganó en los papeles que interpretó, algunos muy exitosos como el Gus de El bebé de Rosemary o el Víctor Franko de Los doce del patíbulo que le valió su única nominación al Óscar, fue destinado a producir cada una de sus películas.
Recuerdo exactamente el dìa que me hablaron por primera vez de Husbands me contaron la historia y no pude creer que en medio de la sencillez de su argumento se podía construir un fresco sobre el hombre contemporáneo. Al verla comprobé la grandeza de las películas de John Cassavetes; la identificación con los personajes es inmediata, la soledad en la que han quedado los tres amigos te carcome el alma. Al final de la ceremonia solo quedan la viuda y los tres compinches, después vendrá para ellos la ansiedad, la miseria de sus vidas. Ninguno de ellos quiere volver a casa, es muy fuerte el golpe, muy duro no volver a ver a alguien que se ama. Lo mejor es beber, beber hasta reventarse, después nada un poco, constatar que las corrientes sanguíneas todavía recorren tu cuerpo y ya cuando hayas agotado las posibilidades de esta ciudad de mierda buscar los pasaportes y viajar hasta Londres para quedarse un par de días, meterle como si fuera paja a una muñeca, material a los recuerdos para olvidar que tu amigo no está. Entonces en un par de días si puedes volver a tu vida de mierda, ya te salió una úlcera en su nombre, ya el dolor de estar vivo hace que envidies la tranquilidad que debe sentir tu amigo en el valle de la muerte.
Como era usual en sus películas la post-producción fue todo un parto. Del copión original de tres horas y media se pasó a noventa minutos para distribución comercial por exigencia de Columbia Pictures. Cassavetes veía con desesperación como la gente se salía en ramilletes de la sala porque no entendía nada de la trama, los cortes habían convertido la trama en una incoherencia total. Pauline Kael volvió a asistir al pase previo y el resultado fue el mismo, le aconsejaba a Cassavetes abandonar los intentos de convertirse en un autor y que se limitara a seguir con su sólida carrera como actor. Kael en los setenta podía tener el poder de convertir en oro unas cuantas goticas de mierda pero también podía convertir una película maravillosa como Husbands en un absoluto fracaso. Para John Cassavetes, Pauline Kael fue la bruja mala de su cuento. Afortunadamente él no tenía una productora sino una familia. Esa relación que palpita entre los tres amigos se mantenía en la vida real. Para Gazzara y Falk trabajar al lado de John era forjarse un capítulo en la historia del cine, por eso a pesar de que ya eran dos actores absolutamente conocidos no cobraban hasta después de estrenarse la película y por supuesto cobraban una ínfima parte de lo que usualmente cobraban en los grandes estudios.
A Cassavetes le molestaba que encasillaran su cine como de arte y ensayo. Él creía que porque sus personajes no tenían mayores complejidades intelecturales podría aspirar a la distribución que podía tener cualquier película del mainstream. Esa fue una de sus grandes equivocaciones desde el punto de vista comercial, haber confiado tanto en el gusto de la gente. Su terquedad le impidió ver razones, nunca cambió su táctica, nunca cedió un milímetro.
Husbands es el testimonio visual de un hombre entregado a una idea con la absoluta convicción de que esa era la única forma de hacer cine. Lejos de ser una película compleja, intelectualoide, Husbands es un filme hecho para pensar en los amigos, para amarlos un poco más sobre tres hombres que como cualquiera están tan tristes con sus vida pero a la vez tan felices de estar juntos que pretenden que la fiesta no termine nunca. ¿Quién no ha tenido esa necesidad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo recuerdo que lo primero que vi de Cassavetes fue Una mujer bajo la influencia, ¡no podía creer lo que estaba viendo! personajes sencillos pero al mismo tiempo de una complejidad que los hace dicotómicamente perfectos, reales, vivos, cercanos. Al concer el resto de su filmografía ya no pude dejar de de considerarlo un referente, es puro cine de autor, pero también de actores, le sacó todo el jugo que pudo a la psicología de lo cotidiano y la bipolaridad inherente a lo humano. Me encantó este artículo señor Ateneista, Cassavetes no podía estar sino en los primeros lugares de su lista.