Samuel Fuller era un tipo duro. Su
hiperactividad lo llevó a escoger el dinámico oficio de ser
periodista. Le encantaba la crónica roja. Deberían recopilar sus
reportajes, dicen que escribía muy bien. Por ahí están dos novelas
muy poco difundidas y un sin fin de guiones que el nunca firmó. Era
lo que denominan un guionista fantasma. Nunca dijo cuales eran esas
películas que el había escrito. Era un hombre de palabra.
Actuó varias veces, con directores que
lo idolatraron y revalorizaron su obra. Hace un cameo en Pierrot el
loco de Godard y aparece también junto a ese otro maldito de
Hollywood, Nicholas Ray en El amigo americano de Win Wenders. Pero lo
suyo era sin duda escribir y filmar y si podía para tener todavía
mas autonomía el mismo las producía.
Títulos como La casa de Bambú le
dieron otra dimensión al cine negro. Imagínense un grupo e
asaltantes gringos actuando en el Japón de Ozu, cuando todavía esa
era una ciudad de papel. Tipos duros administrando los casinos, las
incipientes maquinitas, el monstruo en plena formación. Vemos esa
ruptura en esta película dispareja, con un final absolutamente
traído de los cabellos pero a la vez con una fuerte carga poética.
Robert Ryan allá arriba en esa rueda, girando y mirando a la ciudad
mientras el traidor lo acribilla. Esos colores fuertes, vivos. Una
ciudad de papel lleno de detalles completamente ajenos a los
occidentales.
Años después Wenders, influenciado
por esta película haría su extraordinario documental Tokio-Ga donde
vemos ya a la provincia inocente convertida en un gigante. En el 2004
Sofia Coppola también se acercaría con cierto acartonamiento al
gigante oriental en su Lost in traslation. Pero nadie la pudo filmar
así como lo hizo él. Las esteras sacadas de las cajitas, las
divisiones de las casas, los palos del arroz, es la mirada de un
documentalista lo que estamos apreciando.
Se toma su tiempo para pintar su
fresco. Ahora cualquier ama de casa que crea en los cuarzos y en las
energían tendrá algún souvenir japonés para decorar sus muebles.
En los cincuenta pocos se acercaban o se interesaban por esa cultura.
La fascinación de Samuel Fuller fue tanta que convenció a la
productora de sacar las cámaras y rodarla donde transcurrían los
hechos. Fue la primera película norteamericana rodada en Japón.
Este es un remake de "The Street Of No Name" (1948), de
William Keighley, se escogió al mismo guionista y la misma historia,
lo único que cambió fue el lugar donde se desarrolla la acción y
algunos diálogos.
Se incorporaron nuevas secuencias
cargadas de poesía. Una de ellas es la de ese hombre recién muerto
al que solo le vemos los pies y al fondo se ve el monte Fuji, o la
secuencia donde Robert Ryan abalea a Griff quien se bañaba
apaciblemente en un cubo japonés. El masacrado queda con la cabeza
colgando por fuera del cubo, los huecos de las balas dentro del cubo
hace que el agua comience a salir. Spielberg copió esa escena para
su Minority Report.
No solo el autor de Tiburón le debe a
Samuel Fuller. Su influencia pesó sobre Godard, Tarantino, Jarmush. Para Cassavetes mas que una inspiración fue su maestro. Su obra por estas latitudes
permanece desconocida. Afortunadamente los españoles no solo hacen
futbolistas, también tienen una fuerte industria de DVD y se han
encargado de remasterizar su obra, acercándola a las nuevas
generaciones de cinéfilos.
Esperemos que el centenario de su
natalicio haga que se lleven a cabo ciclos con sus magnificas
películas, que se estrenen copias restauradas en 35 milimetros, que
su nombre vuelva a influenciar y a estar presente dentro del
imaginario de todo joven cineasta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario