Siempre que
aparece una de sus películas olvidamos el mal sabor que nos dejó la anterior. Es
como si los que admiramos la primera parte de su obra (La que va de Beetlejuice a Ed Wood) Creamos a ciegas que la potencia de su imaginación va a
regresar, pero no, después de un prologo prometedor (aunque un poco apresurado)
constatamos que Tim Burton desde Willy Wonka para acá viene viajando en piloto
automático.
No puede ser,
creíamos que este seriado creado a finales de la década de los sesenta por Dan
Curtis, uno de los cineastas mas admirados del underground, con obras tan
sólidas como Sangre para Frankenstein, se
le iba a dar de perlas al hombre que fabricó a Eduardo Manos de tijeras. Pero lo
mismo pensamos de Alicia en el país de
las maravillas y ¿Qué obtuvimos? Una versión edulcorada del clásico de
Lewis Carroll, completamente pensada para que el público adolescente que es el
que mas va al cine engrose la taquilla. El baile flogger de Johnny Depp al
final lo constata.
La mitad de la
sala eran adolecentes cocinadas en Harry Potter y Crepúsculo. Ahora el gótico
no se extrae de Hoffman o Von Chamisso sino en historias escritas por amas de
casa para dormir a sus hijos hiperkinéticos. . Llega un momento donde uno
piensa, me aburro yo o se aburren ellos. La industria sabe que el adolescente
que va al cine no se mete completamente en la película sino que en el 40 por
ciento del tiempo que dure en la sala va a estar hablando con su amigo
vietnamita por el Blackberry, por eso no le presta mucha atención al guión.
Las deficiencias
en este aspecto en Sombras tenebrosas son
escandalosas. No se toman el trabajo de crear personajes, algunos los olvidan y
luego cuando ven que han pasado veinte páginas sin que se pronuncie su nombre
pues vuelven y lo invocan. Por momentos uno llega a extrañar a La familia Adams, porque al menos veinte
años después yo me puedo acordar de Raul Julia y de Cristopher Lloyd, Cristina
Ricci, Joan Cusack o Angelica Huston. Nada de eso sucede acá.
Sabíamos de la
deficiencia de Tim Burton para dirigir actores. Como Herzog quien usó de actor
fetiche a Klaus Kinsky quien se dirigía
solo el autor de Big Fish tiene a su
Johnny Depp. Acá se contiene un poco y logra dejar de lado todas sus muecas Keithrichardtianas
que tantos frutos le dieron desde Piratas
del Caribe pero que a muchos nos viene cansando. Solo su personaje y el de
la magnífica Eva Green son los únicos a los que papá Burton les brindó un poco
de atención. De resto es una pena desperdiciar a actrices de la talla de
Michelle Pfeiffer y Helena Bonham Carter dándoles unos personajes que rayan
peligrosamente con la caricatura.
Al final empezamos
a darnos cuenta, ¿Cómo así? ¿Es que el estaba enamorado de la insípida esa de
la Victoria? Pero si apenas aparece en un tren en los genéricos del principio y
no más. No sabíamos que era una rencarnación de su amor de hace doscientos
años. No sabíamos nada pero igual los adolescentes ríen y uno a veces tan bien
porque detrás de la cámara está un tipo talentoso que es capaz de hacer una que
otra escena maravillosa aunque no nos conformemos con eso, aunque siempre
queramos más.
La idea de
Barnabás encerrado doscientos años en un ataúd, saliendo de él en 1972 con una
sed terrible, comiéndose cuando ingeniero o Hippie encuentre por ahí, creyendo
que la M de Mcdonalds no es más que la firma de Mefistófeles no solo es
gracioso sino genial. Pero se queda solo en eso, en un esbozo, en una promesa.
Mientras nosotros envejecemos nuestro cineasta
como Benjamin Button va volviéndose más joven, más adolescente. Es el cineasta
de ellos. Los que pensamos que Ed Wood
es una obra maestra lo extrañamos y reclamamos como propio de nuestra
generación, pero tenemos que entender que el personaje que alguna vez inventó
Scott Fitzgerald se ha convertido en un hombre de verdad. Se llama Tim Burton.
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