5 de julio de 2011

LAS OLIMPIADAS DE BERLIN 1936 Y EL EXPERIMENTO ESPAÑOL

En agosto de 1936 Berlín se vistió de gala para demostrarle al mundo que todo lo que se decía del régimen nacionalsocialista era mentira. Las autopistas de seis carriles, los estadios descomunales, los edificios gigantes y hechos en mármol hacían pensar que no se estaba en un país sino en una novela de ciencia ficción. Este esplendor contrastaba claramente con la miseria en que vivían muchos países de Europa todavía colapsados por los embates de la debacle financiera en Wall Street en octubre de 1929. Contrario a lo que se podía pensar Hitler había resultado siendo un buen estadista. De los seis millones de parados que tenía Alemania en 1932, un año antes de que Von Hindenburg le diera el espaldarazo y lo nombrara canciller, habían en el país seis millones de desempleados. Ahora esa cifra se había reducido a dos millones.

La derrota en la Primera Guerra Mundial y el posterior Tratado de Versalles habían acabado a Alemania y ya nadie podía pensar en que volvería a ser una potencia, sin embargo este cabito de voz chillona le había restituido al altivo alemán el orgullo de pertenecer a su patria. Se habían recuperado los territorios perdidos e incluso Alemania volvía a contar con un ejército. Si bien existían muchas voces inconformes con la política de discriminación que le aplicaba a los judíos y a otras minorías étnicas, el mundo miraba con asombro ese despliegue de orden y majestuosidad con el que los nazis habían organizado su olimpiada. ¿De qué se quejaban los judíos? Antisemitismo siempre había existido en Europa, muchos estados los consideraban garrapatas que chupaban la economía de los países, así que estaba bien que por fin un mandatario afrontara ese problema de frente, sin hipocresía.

Si nos dejáramos llevar por la historia ya escrita podríamos llegar a pensar que Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos siempre odiaron a los nazis cuando eso es mentira. Hoover, el eterno jefe de la Gestapo gringa, el FBI, perseguía a todos aquellos que hablaran mal del régimen hitleriano, incluso la sátira de Chaplin El gran dictador había sido vista con malos ojos por parte de la censura norteamericana. Lord Chamberlain, primer ministro británico tenía un respeto absoluto por el hombre del ridículo bigote mosca hasta el punto de que se cagaba en los calzones cada vez que se veía con él. Esa tensión le obligó a dimitir y afortunadamente un tipo duro, inquebrantable y con la alegría de los borrachos como Churchill lo reemplazó si no seguramente Inglaterra había sido un aliado incondicional de los nazis.

Ni hablar de los franceses y su esperpéntico gobierno de Vichy, el héroe nacional de Verdún, el que le dio la gloria a Francia durante la Primera Guerra Mundial, el mariscal Petáin ahora se convertía en un títere del gobierno corrupto que impuso Alemania dentro de la tierra de las libertades. El presidente checoslovaco Hacha también se abrió de piernas ante el ogro austriaco y prácticamente le regaló el país a los germanos. Todo esto se hacía dizque en aras de la paz, sin importarle que en cada país conquistado la primera orden de Himmler y sus SS era implementar una red ferroviaria para conducir con mayor comodidad y efectividad, en el menor tiempo posible trenes atestados de judío que eran llevados a los campos de exterminio. Ni hablar del apoyo incondicional que le brindó Stalin a Hitler entrenando en su territorio a los elementos de la Luftware y siendo aliado incondicional del régimen Nazi con el cual creía compartir más de un ideal.

A diferencia de lo que sucedió en las Olimpiadas de Moscú 1980 y las del 84 en Los Angeles, solo la valiente España se atrevió a boicotear las justas deportivas realizadas en Berlín en 1936. Los españoles alentados por los cambios culturales que vivían desde su república, habían organizado la Olimpiada Popular en Barcelona pero justo un día antes de que comenzaran los juegos fue asesinado en Madrid el diputado de la oposición parlamentaria Calvo Sotelo. Se dice que ha sido asesinado por los republicanos, ya que acaba de pronunciar un violento discurso contra el Frente Popular. Su muerte se convierte en la señal para el levantamiento de los militares enemigos de la república; levantamiento que está planeado desde hace mucho tiempo. Al frente del mismo se encuentra el General Franco, trasladado desde las Islas Canarias para aminorar su influencia sobre el ejército.

Mientras en el Estadio Olímpico de Berlín el negro norteamericano Jesse Owens, en las carreras de 100 y 200 metros, deja atrás a la élite del mundo y bate, con 8,13 metros en el salto de longitud su propio record mundial; mientras el alemán Gerhard Stoeck recibe la medalla de oro por su triunfo en el lanzamiento de jabalina; mientras el equipo femenino alemán corre tras el triunfo olímpico y la lanzadora alemana de jabalina bate el record mundial, la Guerra Civil Española produce sus primeras víctimas y Hitler piensa como puede intervenir en el conflicto.

Si bien la participación activa de su ídolo Mussolini lo obligaba a actuar necesitaba cuidar su buena imagen en el exterior. Se decidió por mandar voluntarios bajo el nombre de Legión Cóndor. Soterradamente el ministro de la aviación el morfinómano Goering probó los stukas en tierra española; Guernica fue el resultado de un experimento. Con el apoyo a Franco y las profundas divisiones internas que tenía el partido comunista además del nulo apoyo que les brindó el camarada Stalin la guerra estaba claramente decidida en favor de la falange española. Los fascistas ganarían la guerra tres años después.

Pero en Berlín Todo el mundo se doblegó ante la magnificencia alemana. Tal y como se ve en el genial documental de Leni Reinfesthal Olimpia la ceremonia inaugural evocaba los primeros juegos realizados en Atenas hace más de cinco mil años. Hitler era un gran admirador de todas esas columnas dóricas, de la arquitectura cursi griega, se veía demasiado chiquito, como una hormiga esquizofrénica en medio de esa multitud fervorosa.

Contrario a lo que dice el mito Jesse Owens y sus triunfos no empañó la gloria alemana. Los teutones se impusieron claramente en las justas obteniendo un total de 89 medallas distribuidas de la siguiente forma: 33 medallas de oro, 26 de plata y 30 de bronce imponiéndose claramente a Estados Unidos segundos en las olimpiadas con apenas 24 medallas de oro. El tercer lugar fue para Hungría y el cuarto para Finlandia. Eran años felices para Adolfo Hitler. En cierta medida había demostrado que la raza aria era superior al resto ganando de una manera holgada las olimpiadas, además su experimento español había dado sus frutos.

Después del verano de 1936, para desgracia del pueblo alemán Hitler se sintió listo para la guerra. Nueve años después de su Reich no quedaría más que un Bunker y una docena de mariscales fanáticos que gritaban con babasa en la boca la oscura entonación de su nombre.

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