1 de julio de 2011

100 PELICULAS. 2. VERTIGO. Dir: Alfred Hitchcock (1959)

Desde los mismos créditos Vértigo va sugiriendo puertas que se abren, espirales saliendo de ojos abiertos. Esta, como las mejores películas de Hitchcock se obsesiona con la mirada, igual el cine, que duda cabe, es el arte de los vouyeristas por excelencia. Scottie ha quedado suspendido en el aire mientras un policía decide ayudarlo pero al intentar alargar la mano para salvar al detective el hombre cae mientras Scottie, impávido mira como el cuerpo se estrella contra el piso. Antes del fundido a negro podemos ver los ojos de James Stewart llenándose de pánico. Es bastante improbable que alguien lo hubiese podido rescatar, un hombre no aguanta mucho tiempo aferrado a una cornisa sin embargo, en la escena inmediata lo vemos conversando de una manera jovial con su amiga margie, hablando del trauma que le ha dejado el accidente en las alturas de un tejado. De ahí podríamos afirmar que los 115 minutos que le quedan al filme no son más que la alucinación de un hombre a punto de caer. Esta es una de las tantas teorías que han rodeado a la magistral obra de Hitchcock.

Como sucede con las Pirámides de Egipto o el Tah Majal, sobre Vertigo se han tejido infinidad de interpretaciones y cada uno de los planos bien podría guardar un misterio. Desde el tema del doble hasta la alucinación de un agonizante pasando por Pigmalión o por un enfermo sexual que quiere transformar a su nueva mujer en el objeto perdido, Hitchcock no cedió un milímetro ante los productores del filme que le exigían una trama “Con menos planos” con mas diálogos explicativos. La universalidad de Vértigo radica en sus escenas largas sin diálogos, solo la magistral música de Bernard Hermann acompañan los pasos de Scottie en busca del misterio que parece rodear el aura de Melanie, su obsesión por la suicida Carlotta Valdéz y tal vez la posible posesión que a hecha sobre ella el alma de la muerta. Hitchcock nos lleva por una pista falsa para soltarnos en la última media hora la verdadera razón de ser del filme: La obsesión fetichista de un hombre por la mujer perdida y además el drama que puede sentir la amante nueva por luchar contra el fantasma del pasado.

Además Hitchcock me hace evocar el cuento de Hoffman El hombre de arena donde Spalanzani se venga de Nathanael presentándole a su hija, la hermosa Olimpia quien inmediatamente se apropia el corazón fogoso del joven. Nathanael, prepotente como todo poeta en ciernes se deja deslumbrar por que Olimpia a diferencia de las otras muchachas si se queda atenta, muda cada vez que él le recita sus poemas.

El pobre estudiante no sospecha que la joven no es otra cosa que una autómata de madera. Galvin Elster viene a ser en el relato de Hithcock El hombre de arena que le envía a su viejo amigo de la universidad la mujer falsa, una autómata de carne y hueso que reúne todo lo que Scottie le ha exigido a una hembra. Al perderla en el campanario de una iglesia Ferguson caerá en una depresión tan honda que al verla desde abajo da Vértigo. La caída del hombre no es solo física sino anímica. Una vez se va reponiendo poco a poco del estado catatónico en el que se ha sumergido sale a la calle pero en cada esquina está ella, una rubia con el pelo recogido en forma de horquilla. Recorre los sitios en común, el restaurante Ernie’s, el museo de arte de San Francisco donde ella religiosamente visitaba el retrato de Carlota Valdes, en todas partes de esa ciudad hay algo que le hace recordar el fantasma y un día deambulando por ahí conoce a Judy la mujer ideal para transformar, la que por fin le entregará su amor para que el haga con ella lo que quiera. Pero al final, el maldito collar le develará la verdad: Judy y Madeleine son la misma persona.

El tema del doble no se ha tratado con el debido rigor obsesivo en el cine como si ha sucedido en la literatura. Este efecto hace de Vértigo el relato gótico por excelencia, un demonio tentador como Elster, con sus millones y su encanto, una mujer fatal, la bruja que te arrastra y te destruye como es la perturbadora Madeleine. La madre que se preocupa por el chico inquieto se refleja en la extraña amistad que le ofrece Midge, una chica sobreprotectora que alguna vez estuvo a punto de casarse con él y Judy, la renevante, la mujer que ha vuelto que ha salido de entre los muertos para quedarse al fin con él pero que no podrá soportar la corriente implacable del destino que la obliga a caer una y otra vez, sin importar las veces que se levante, de ese maldito campanario.


En su momento Vértigo fue un rotundo fracaso económico y de crítica. Solo hasta su reestreno en 1984 (25 años después) el público pudo estar preparado para esta joya absoluta de la cinematografía universal. Según lo que se deja ver en la entrevista realizada por Truffaut a Hitchcock a mediados de los sesenta, el realizador inglés siempre consideró Vértigo su película más lograda, más compleja. A pesar de lo incómodo que pueda ser ver esa vaca horrible de la Kim Novak como la chica de los sueños del protagonista (Para ese papel estaba destinada Vera Miles, lamentablemente poco antes de que se iniciara el rodaje salió infectada de embarazo y le fue imposible actuar. Fue la primera rubia que perdió Hitch) esta vaca no logra empañar el perfecto control actoral que tenía un monstruo sagrado como James Stewart. ¡Por Dios! La mirada que tiene cuando le dice, en ese campanario a Judy-Madeleine “Y pensar que te amé tanto” es para partirle el corazón a cualquiera, incluso a esa rubia gélida de la Novak incapaz de tener cualquier tipo de sentimiento.

Véanla, véanla cada vez que puedan, véanla así la primera vez crean que puede ser una película cualquiera. Vértigo es una obra inmortal porque lleva dentro de ella la esencia de los grandes relatos que se han negado a morir en la historia, desde Tristán e Isolda hasta El hombre de arena, Vértigo lleva dentro de si la sustancia del mito, la fuerza que contiene lo eterno.

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